martes, 2 de junio de 2015

El tiempo menos solo. Abraham Gragera


El madrileño Abraham Gragera es licenciado en Bellas Artes, y ejerce como profesor, poeta y traductor. Hasta ahora ha publicado los poemarios Desviaciones y demoras (El Antojo, 1999) y Adiós a la época de los grandes caracteres (Pre-Textos, 2005), además de aparecer en diversas antologías.

 
Con El tiempo menos solo obtuvo el Premio Ojo Crítico de Poesía 2013. De esta obra y su autor el jurado destacó “su gran capacidad para construir realidad desde la palabra” y “su voz poética, muy personal, que no duda en mostrar su compromiso moral con las precariedades actuales”.

Abraham Gragera reúne en esta obra poco menos de una veintena de poemas capaces de despertar en el lector el gusto por la poesía si aún no lo tuviere, o de recuperarlo en el caso de que lo hubiera perdido en algún momento. Y lo hace con una poesía que seduce tanto por su sonoridad y cuidadísimo léxico como por un contenido que ensalza la palabra, la lengua y la poesía misma como elementos tan indispensables como el amor para disfrutar una vida plena y rica.

Ya en el primer poema, Los años mudos, se hace un alegato por la palabra, el lenguaje y la poesía, valores en desuso, bienes perdidos en esa Babel metafórica que es nuestro mundo de prisas y movimiento continuo. Prueba del amor del autor por la palabra es el poema titulado precisamente La poesía, donde una métrica tradicional es la presentación ideal para una simbiosis entre dos elementos también clásicos: la poesía y el amor. 

Y creemos que la mejor demostración del amor por la poesía lo encontramos en Anónimo, un auténtico juego malabar con palabras (Si esta rosa que miro / fuera en verdad el dentro / de la rosa que miro / desde su dentro...) al servicio de la exaltación del sentimiento. También en Obedecí el autor agradece a la poesía su capacidad, si no saciante, sí alentadora ante un mundo que nunca colma nuestros apetitos.

Pero la lengua, la palabra, no se reivindican aquí como elemento estético -en todo caso, no solo en ese aspecto-, sino como vínculo necesario entre nosotros y nuestros semejantes. Abraham Gragera nos llama la atención sobre la vacuidad de una vida en la que no estemos en contacto con los demás, compartiendo su sufrimiento, su dolor. Contra el peligro de esa indiferencia nos previene, por ejemplo Diciembre (...si dormir tal vez, pero soñar / no nos protege del dolor ajeno; quizá al morir no nos volvamos del todo indiferentes, después de todo).

Y el autor va más allá, explorando las miserias y grandezas del género humano, la inevitable relación de éste con el dolor, el sufrimiento o la impotencia, en poemas tan admirables como Viejas plegarias atenienses.

Vida como sufrimiento y continuo sobresalto; vida entendida como necesaria unión, casi comunión entre semejantes, como única vía para estar plenamente vivos a pesar de las miserias de esa vida, como único antídoto para no estar muertos en vida. Ese es el mensaje que se extiende por todo el poemario, y que queda explícitamente plasmado en poemas como El león, la herida y la rosa o Remoto figurado.

El poeta no olvida algo que casi se antoja una obligación del oficio: la celebración del amor casi como único sentimiento capaz de redimirnos, de hacernos, no ya mejores, sino únicamente dignos de llamarnos humanos. Hay muchos ejemplos de ello en el poemario, pero quizá los más evidentes los encontramos en los dos poemas que lo cierran, Albada y Los insomnes, que además de guardar una coherente unidad, cierran el volumen dejando un magnífico sabor de boca al lector.

Gragera sabe administrar sus amplios recursos estilísticos, recurriendo al patrón clásico, a la métrica más estricta cuando ésta ayuda a vestir el mensaje. Pero no duda en abrazar la libertad de una poesía mucho menos encorsetada cuando ello puede dar aire a unos poemas que acaban siendo mucho más  bellos en la fluidez de su sonoridad.

Publicado en el nº 33 de la revista Punto de libro

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