El madrileño Abraham Gragera es licenciado en Bellas Artes, y
ejerce como profesor, poeta y traductor. Hasta ahora ha publicado los
poemarios Desviaciones y demoras (El Antojo, 1999) y Adiós a la época de los grandes caracteres (Pre-Textos, 2005), además de aparecer en diversas antologías.
Con El tiempo menos solo obtuvo el Premio Ojo
Crítico de Poesía 2013. De esta obra y su autor el jurado destacó “su
gran capacidad para construir realidad desde la palabra” y “su voz
poética, muy personal, que no duda en mostrar su compromiso moral con
las precariedades actuales”.
Abraham Gragera reúne en esta obra poco menos de una veintena de
poemas capaces de despertar en el lector el gusto por la poesía si aún
no lo tuviere, o de recuperarlo en el caso de que lo hubiera perdido en
algún momento. Y lo hace con una poesía que seduce tanto por su
sonoridad y cuidadísimo léxico como por un contenido que ensalza la
palabra, la lengua y la poesía misma como elementos tan indispensables
como el amor para disfrutar una vida plena y rica.
Ya en el primer poema, Los años mudos, se hace un
alegato por la palabra, el lenguaje y la poesía, valores en desuso,
bienes perdidos en esa Babel metafórica que es nuestro mundo de prisas y
movimiento continuo. Prueba del amor del autor por la palabra es el
poema titulado precisamente La poesía, donde una
métrica tradicional es la presentación ideal para una simbiosis entre
dos elementos también clásicos: la poesía y el amor.
Y creemos que la mejor demostración del amor por la poesía lo encontramos en Anónimo, un auténtico juego malabar con palabras (Si esta rosa que miro / fuera en verdad el dentro / de la rosa que miro / desde su dentro...) al servicio de la exaltación del sentimiento. También en Obedecí el autor agradece a la poesía su capacidad, si no saciante, sí alentadora ante un mundo que nunca colma nuestros apetitos.
Pero la lengua, la palabra, no se reivindican aquí como elemento
estético -en todo caso, no solo en ese aspecto-, sino como vínculo
necesario entre nosotros y nuestros semejantes. Abraham Gragera nos
llama la atención sobre la vacuidad de una vida en la que no estemos en
contacto con los demás, compartiendo su sufrimiento, su dolor. Contra el
peligro de esa indiferencia nos previene, por ejemplo Diciembre (...si
dormir tal vez, pero soñar / no nos protege del dolor ajeno; quizá al
morir no nos volvamos del todo indiferentes, después de todo).
Y el autor va más allá, explorando las miserias y grandezas del
género humano, la inevitable relación de éste con el dolor, el
sufrimiento o la impotencia, en poemas tan admirables como Viejas plegarias atenienses.
Vida como sufrimiento y continuo sobresalto; vida entendida como
necesaria unión, casi comunión entre semejantes, como única vía para
estar plenamente vivos a pesar de las miserias de esa vida, como único
antídoto para no estar muertos en vida. Ese es el mensaje que se
extiende por todo el poemario, y que queda explícitamente plasmado en
poemas como El león, la herida y la rosa o Remoto figurado.
El poeta no olvida algo que casi se antoja una obligación del oficio:
la celebración del amor casi como único sentimiento capaz de
redimirnos, de hacernos, no ya mejores, sino únicamente dignos de
llamarnos humanos. Hay muchos ejemplos de ello en el poemario, pero
quizá los más evidentes los encontramos en los dos poemas que lo
cierran, Albada y Los insomnes, que además de guardar una coherente unidad, cierran el volumen dejando un magnífico sabor de boca al lector.
Gragera sabe administrar sus amplios recursos estilísticos,
recurriendo al patrón clásico, a la métrica más estricta cuando ésta
ayuda a vestir el mensaje. Pero no duda en abrazar la libertad de una
poesía mucho menos encorsetada cuando ello puede dar aire a unos poemas
que acaban siendo mucho más bellos en la fluidez de su sonoridad.
Publicado en el nº 33 de la revista Punto de libro
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