Las traducciones al catalán habían picoteado hasta ahora la obra poética de Emily Dickinson,
en antologías o en las breves selecciones de poemas de Agustí Bartra
(29) o Marià Manent (54). Sam Abrams y Joan Antoni Cerrato también se
han aproximado a su obra, pero por primera vez un poeta, Marcel Riera,
se ha encarado, si no a la obra completa de la enigmática escritora de
Amherst (1830-1886), sus 1.789 poemas, sí a la traducción de 218 de
ellos al catalán en edición bilingüe, en ‘Aquesta és la meva carta al món. Poemes escollits’ (Proa).
Para Riera, es una experiencia “extraordinaria, conmovedora, trascendente y estremecedora,
darte cuenta de qué dice y cómo lo dice”. Darse cuenta hasta cierto
punto. “Es una impresión porque nunca podremos estar seguros, de
perseguir enfebrecidamente alguna cosa que no sabemos qué es: quizá un
anhelo imposible de saciar, quizá un sustituto terrenal del amor que
nunca conoció, quizá unos lectores contemporáneos quiméricos y
dudosamente imaginables en el futuro, quizá la verbalización de una trascendencia que ella casi siempre intuye pero
de la que no tiene ninguna certidumbre”, escribe Riera en el prólogo.
Pero Dickinson atrae aunque solo se se llegue a intuir qué sucedía en
su universo interior.
Una vida hermética
Y en su caso, lo de interior no es un lugar común: la
poeta pasó, tras una breve experiencia académica y tras sufrir el trauma
de la muerte de una prima, la mayor parte de su vida recluida en la casa familiar, sometida
pero rebelde al mismo tiempo frente a las convenciones del puritanismo
de Nueva Inglaterra, escribiendo en pequeños recortes de papel que cosía
en forma de cuadernos que no fueron hallados en el escritorio de su
casa hasta después de su muerte (aunque otros tantos poemas formaron
parte de su correspondencia).
Traducir a Dickison implicar tomar algunas decisiones, y
hacerlo a una lengua románica obliga en muchos casos a elegir un género
en poemas donde el inglés es ambiguo. Donde algunos traductores habían
elegido el masculino, Riera opta por el femenino, reconociendo que la mayor parte de los poemas fueron dirigidos a su amiga íntima, y después cuñada, Susan Huntington Gilbert.
Sin embargo, donde toda una escuela de crítica feminista ha visto en
este vínculo una inequívoca relación homosexual, consumada físicamente o
no, y cuya represión explicaría gran parte de la poética de Dickinson,
Riera opta por una interpretación más ligada a su asfixiante entorno
familiar, en el que opta por la reclusión, renunciar a casarse y cuidar
de su padre, “sea por motivos de salud, de imperativo moral o de hábitos
sociales”.
La “vibración”
La poesía de Dickinson, con una sintaxis peculiar,
plagada de incisos entre guiones, con referentes oscuros, a menudo
pronombres cuyo referente puede incluso no estar presente en el texto,
no es precisamente fácil de traducir. Antes que por la textualidad
estricta, Riera ha optado por intentar reproducir la “vibración” que
hace inconfundible la obra de una poeta que el crítico Harold Bloom puso
solo un escalón por debajo de Shakespeare, e intentar ponerse “en la
piel de su angustia, de su sensibilidad, de su mundo”.
El editor de Proa, Josep Lluch, cree que “mucha gente
conoce algunas anécdotas del personaje, o ha leído algún poema, o ha
visto la película ‘Historia de una pasión’, pero
una selección de más de 200 poemas permite tener una visión global de
la figura de Emily Dickinson”. La selección de Riera se marcó dos
limitaciones; que el volumen no sobrepasara las 500 páginas y
elegir aproximadamente el 10% de los poemas de cada año, de manera que
la selección fuese representativa de toda su no-carrera literaria. La
traducción de Manent, por ejemplo, estaba sesgada por la poética del
propio traductor: “Cuando la leí creí que era una poética lírica; Manent
elige los poemas más suaves, y los endulza más hasta hacerles decir
cosas que no dice”.
El mundo alegórico de Dickinson (la naturaleza,
especialmente las flores, los referentes religiosos, la obsesión por la
muerte) y sobre todo los poemas de temática amorosa dirigidos a Susan,
parecen interpretables en clave mística con cierta dificultad (“Tan bé
que puc viure sense tu / i t’estimo. Llavors, Quant és això? / Tant com
Jesús? / Demostra’m que Ell / va estimar els Homes / com jo t’estimo a
tu”). Riera, no obstante, cree que no “hay un hilo que permita sostener”
la temática lésbica de su poesía. “Creo que ni se le ocurriría, me
parece más bien asexual”, sostiene.
¿El trauma del incesto?
Muy distinto es el punto de vista de la traductora Ana Mañeru Méndez y de la catedrática de Historia de la UB María-Milagros Rivera Garretas, autoras de una traducción de la obra completa de Emily Dickinson publicada el año pasado por Sabina Editorial. Rivera ha publicado también una biografía destinada al público juvenil y ambas acaban de editar, también en Sabina, ‘Ese Día Sobrecogedor. Poemas del incesto’.
Desde su punto de vista, ‘el cuento no contado’ de
Dickinson, tomando uno de sus versos, reside en que “fue víctima del
incesto en la infancia y también en la edad adulta. Sus traductores lo
sabemos porque lo dice insistentemente en su poesía”. En los 23 poemas
que han seleccionado argumentan que se suceden las señales que apuntan a
los abusos cometidos por su padre, Edward Dickinson, y por su hermano
Austin Dickinson. La imposibilidad de contar y denunciar, explican, acaba convirtiéndose en poesía.
Una propuesta que no cuenta con el consenso de los estudiosos de la
obra de Dickinson aunque ha sido sostenida a modo de hipotesis por
varios académicos, como Wendy K. Perriman (‘A Wounded Deer: the efects
of incesc on the life and poetry of Emily Dickinson’), que identifica en
sus poemas o sus cartas 33 de los 37 síntomas que indican un posible
abuso sexual en la familia, Mary Jo Dondlinger o Norbert Hirschorn.
Según sus traductoras al castellano, las noches a las que
sobrevive cuando al fin llega la aurora serían las de las violaciones,
los gusanos rosados que entran en su habitación una metáfora más bien
transparente y en poemas como el 713 (“Me has dejado – Progenitor – dos
Legados”, entre ellos “los confines del dolor”) se alternaría la
hostilidad hacia el “Dios del patriarcado” con la dirigida al “padre
incestuoso que viola y ultraja la obra creadora divina de la madre”.
“Tan veladas son sus intenciones que cuesta mucho
entenderlas”, admiten sin embargo Mañeru y Rivera. Su explicación (”Lo
hace para poder decir lo indecible sin ofender sensibilidades no
preparadas para oírlo”) no acaba de encajar, no obstante, con el hecho
de que en ningún momento Dickinson se plantease la publicación de su
obra.
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