La madrugada del 2 de noviembre de 1975 Pier Paolo Pasolini fue
asesinado en la playa de Ostia, no lejos de Roma. Tenía 53 años. Si esa
muerte es el detonante de la novela de José María García López Pasolini o la noche de las luciérnagas (Nocturna), las últimas horas del cineasta y escritor ocupan la reciente película de Abel Ferrara en la que el flaco Willem Dafoe encarna al autor de Porcile
(y habla, ay, en inglés con su madre). En el filme de Ferrara
asistimos, por cierto, a la última entrevista concedida por PPP. Se
publicó póstuma. En castellano puede leerse en el volumen Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas
(Errata Naturae). “Mientras nosotros estamos aquí hablando puede que
haya alguien en el bar planeando liquidarnos”, dice en esa charla. Dejó
inconclusa la novela Petróleo (Seix Barral). "Contiene todo lo que sé. Será mi última obra", había dicho de ella.
Desagradable. En otra entrevista, esta de 1969,
Pasolini cuenta que está escribiendo poesía “desagradable, desapacible”.
Este año el poeta Martín López-Vega ha publicado una estupenda
antología de los poemas del autor boloñés: La religión de mi tiempo
(Nórdica). Otro poeta, Juan Carlos Abril, en colaboración con Stéphanie
Amerie, es el autor de la traducción de su poemario más famoso: Las cenizas de Gramsci (Visor).
Imposible. Cuando Pasolini dice poesía dice también
películas: “Haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y
quizá incluso más provocador, para que sea lo menos consumible
posible”. El consumismo fue una de sus obsesiones. Consiguió, decía, lo
que no llegó a conseguir el fascismo: propiciar el individualismo,
generar conformismo y despolitizar a los ciudadanos. Lo explica
perfectamente en los artículos reunidos en Escritos corsarios (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo). Ni que decir tiene que no han perdido vigencia.
Divino. Pasolini decía que la suya era una obra religiosa. En cierto sentido, está llena de ángeles y demonios (Teorema), pajarito y pajarracos, pícaros e inocentes. Empezando por la primera Accattone. Como reconoció siempre, la rodó sin tener ni idea de técnica cinematográfica. Fue en 1961. Tres años más tarde estrenó El Evangelio según san Mateo,
algo así como la película que habría hecho Caravaggio si hubiera vivido
en el siglo XX. En esa película, por cierto, el español Enrique
Irazoqui hace de Jesucristo y la madre del propio director, de madre del
mesías. Por su parte, el entonces joven filósofo Giorgio Agamben, que tanto ha escrito sobre la relación entre economía y religión, hace el papel de apóstol Felipe.
Futbolero. Pues sí, al poeta le gustaba el fútbol.
El 16 de marzo de 1975, año de su muerte, tuvo lugar en Parma un partido
entre el equipo que rodaba con Pasolini Saló o los 120 días de Sodoma, su última película, y el que trabajaba con Bernardo Bertolucci en Novecento.
“El fútbol es el único gran rito que queda en nuestra época”, solía
decir el primero, que reconocía el carácter de opio y evasión del
espectáculo de masas que había sustituido al teatro -y casi a la misa-
como representación sagrada. Algo que, sostenía, no había conseguido
hacer el cine. La editorial Contra ha recogido este año enSobre el deporte algunos de los artículos que el incómodo intelectual italiano dedicó al ciclismo, el boxeo y, por supuesto, el fútbol.
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