lunes, 29 de junio de 2015

"NO APARCAR, SALIDO", de César de las Heras

 


 No aparcar, salido refleja el acto creativo desde la vivencia real de un artista que nos habla de la lucha, de> las dificultades diarias tanto de las externas: el medio, el mundo y su indiferencia; como de las internas: el propio concepto o la complejidad frente al vacío.

Este relato poético se inicia el día en que César de las Heras habita una nave como taller y empieza a buscar la creatividad entre la soledad de esas cuatro paredes. Al local se accedía por una gran puerta metálica en la que se escribió No aparcar, salido buscando no ser molestado.

No aparcar, salido es un viaje por las sensaciones de un joven dispuesto a comerse el mundo, es un relato tortuoso rodeado del frío del invierno castellano en donde se abordan las posturas creativas, la impotencia ante la falta inicial de recursos técnicos y expresivos, la evolución artística, el fracaso momentáneo, el éxito efímero, la luz o los «amigos» —como el viejo perro Jacinto, que al no leer la leyenda de la puerta se acerca a saludar. Delante de la puerta se ven pasar los entierros, los lugareños y los años en una deriva compleja, tortuosa, obsesiva, necesaria o vital.

Una vez más, la poesía vuelve a ser cauce, expresión y vía de escape en un acto tan complejo y necesario como es la creación.

Más información: http://www.cuadernosdelaberinto.com/Berbiqui/NO_APARCAR_SALIDO.html
 


La presentación de este singular poemario tendrá lugar mañana 30 de junio en la  Librería Intempestivos. Calle Teodosio el Grande, 10 • SEGOVIA.

VANO
Se merecen las ventanas los cristales rotos,
las contraventanas que nunca se han fiado
de esos lienzos semitransparentes
que dejan pasar la luz alterando la temperatura,
que se quedan con las voces en voz baja.


En verano la ventana era, abierta, algo más grande
—aunque ella lo negara evidentemente—;
discutíamos sobre la extraña trayectoria
de las moscas,
sobre el significado de las jambas,
sobre la percepción del mundo desde dentro
o sobre cómo sería la luz si alguna vez limpiara
los cristales.


En ocasiones era infiel a mi mundo,
subía a la mesa mis deseos
y los iba lanzando por la ventana, envueltos
en migas de pan o escritos
en las alas de los aviones de papel que,
con el calor de la tarde, se alejaban sin a penas
esfuerzo
hacia los confines de la plaza empedrada.


Tras la ventana una reja insobornable
miraba hacia abajo inexpresiva,
sé que me observaba,
sé que sentía lástima de un ser empelotado
capaz de dar más de mil pasos cada día
en un estercolero longitudinal
que nunca hubiese imaginado
un inquilino permanente.

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