Allí, en la calle Rubén Darío, de la localidad asturiana de San Juan
de La Arena, y pegado a la escollera, hay un bar con este nombre. En su
interior, a la izquierda –y tan a desmano que resulta un verdadero
escollo poder leerlos– hay colgados tres manuscritos, dedicados al
propietario del establecimiento por el poeta irlandés Seamus Heaney,
Premio Nóbel de 1995, un embrujado confeso de estos parajes, que le
inspiraron su The Little Canticles of Asturias (‘Las pequeñas cantigas de Asturias’).
Desde el bar, en la margen derecha de la desembocadura del Nalón, se
divisa una embarcación, de azulejos multicolores, varada en el césped.
Es una escultura, de Juan Méjica, cuya proa enfila hacia San Esteban,
población en la otra margen de la ría, y que es la decadencia industrial
en estado puro.
Algunos dicen que el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), fue a la
poesía lo que Mozart a la música, por su genialidad creativa desde niño.
Apodado ‘Príncipe de las letras españolas’ y ‘Padre del modernismo
poético’ –en el que bebieron gente del calibre de Juan Ramón Jiménez,
Pérez de Ayala o Antonio Machado– es, otro más, de los intelectuales
atrapados por la trinidad San Juan-Nalón-San Esteban, milagroso fenómeno
que es episodio aparte.
Intensivas fueron las estancias del genial poeta (hombre muy
castigado por tragedias personales) en estas tierras ribereñas. Veraneó
en San Juan de La Arena (1905) y en Riberas de Pravia (1908 y 1909).
Algunas singladuras nocturnas, fueron peculiares. Embarcaba, en La
Arena, vestido de frac y desembarcado, en San Esteban, se dirigía a la
fonda-restaurante ‘El Brillante’.
Allí, el poeta prodigioso, que vivía del periodismo y la diplomacia,
se daba a la creación. En compañía de una copa de ajenjo, iba
escribiendo en papelitos que sacaba del bolso izquierdo de su chaqué,
limpios de verso y paja. Y que una vez llenos de poemas y citas,
introducía en el derecho.
El regreso hacia La Arena, con la experta barquera Raquel al remo,
era festejado ceremoniosamente, en pleno estuario carbonero, con
descorche de champaña francés.
Este hombre, excesivo, con graves problemas de salud, estaba
encantado con el territorio y sus gentes, a los que dedicó artículos en
el diario argentino ‘La Nación’. Aparte de otro, exclusivamente sobre la
poesía asturiana (en bable), cosa que –a inicios del siglo XX– manda
‘calao’. Categoría humana e intelectual.
La comunión poesía-Nalón, se corona en lo alto de San Esteban, cerca
del Espíritu Santo (mirador ¿eh?), en la Atalaya de Muros del Nalón,
otra pasada de población, donde una placa reproduce arrebatados versos
del gran Alfonso Camín (1890-1982), por aquí nacido, ante el imponente
espectáculo que allí se contempla:
«Yo nací en una cumbre cerca del cielo
donde ruge el valiente mar de cantabria
donde van a galope de las galernas
con la cruz de Pelayo, vientos de España».
Fuente: Alberto del Río Legazpi. (El Comercio)
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