sábado, 22 de febrero de 2014

Rubén Darío, su paso por Asturias



Allí, en la calle Rubén Darío, de la localidad asturiana de San Juan de La Arena, y pegado a la escollera, hay un bar con este nombre. En su interior, a la izquierda –y tan a desmano que resulta un verdadero escollo poder leerlos– hay colgados tres manuscritos, dedicados al propietario del establecimiento por el poeta irlandés Seamus Heaney, Premio Nóbel de 1995, un embrujado confeso de estos parajes, que le inspiraron su The Little Canticles of Asturias (‘Las pequeñas cantigas de Asturias’).


Desde el bar, en la margen derecha de la desembocadura del Nalón, se divisa una embarcación, de azulejos multicolores, varada en el césped. Es una escultura, de Juan Méjica, cuya proa enfila hacia San Esteban, población en la otra margen de la ría, y que es la decadencia industrial en estado puro.

Algunos dicen que el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), fue a la poesía lo que Mozart a la música, por su genialidad creativa desde niño. Apodado ‘Príncipe de las letras españolas’ y ‘Padre del modernismo poético’ –en el que bebieron gente del calibre de Juan Ramón Jiménez, Pérez de Ayala o Antonio Machado– es, otro más, de los intelectuales atrapados por la trinidad San Juan-Nalón-San Esteban, milagroso fenómeno que es episodio aparte.

Intensivas fueron las estancias del genial poeta (hombre muy castigado por tragedias personales) en estas tierras ribereñas. Veraneó en San Juan de La Arena (1905) y en Riberas de Pravia (1908 y 1909).
Algunas singladuras nocturnas, fueron peculiares. Embarcaba, en La Arena, vestido de frac y desembarcado, en San Esteban, se dirigía a la fonda-restaurante ‘El Brillante’.
Allí, el poeta prodigioso, que vivía del periodismo y la diplomacia, se daba a la creación. En compañía de una copa de ajenjo, iba escribiendo en papelitos que sacaba del bolso izquierdo de su chaqué, limpios de verso y paja. Y que una vez llenos de poemas y citas, introducía en el derecho.

El regreso hacia La Arena, con la experta barquera Raquel al remo, era festejado ceremoniosamente, en pleno estuario carbonero, con descorche de champaña francés.
Este hombre, excesivo, con graves problemas de salud, estaba encantado con el territorio y sus gentes, a los que dedicó artículos en el diario argentino ‘La Nación’. Aparte de otro, exclusivamente sobre la poesía asturiana (en bable), cosa que –a inicios del siglo XX– manda ‘calao’. Categoría humana e intelectual.

La comunión poesía-Nalón, se corona en lo alto de San Esteban, cerca del Espíritu Santo (mirador ¿eh?), en la Atalaya de Muros del Nalón, otra pasada de población, donde una placa reproduce arrebatados versos del gran Alfonso Camín (1890-1982), por aquí nacido, ante el imponente espectáculo que allí se contempla:


«Yo nací en una cumbre cerca del cielo 

donde ruge el valiente mar de cantabria

 donde van a galope de las galernas

con la cruz de Pelayo, vientos de España».


Fuente: Alberto del Río Legazpi. (El Comercio)

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